Díaz Díaz

Hace un tiempo recibí, lo que me gusta llamarle, Mi Herencia. Es una foto de mis tatarabuelos maternos, que tiene más de cien años; mide 60x50 y está en su marco original.

La foto proviene desde Valdivia (que es de donde vivía mi familia) y llegó hasta mi por despecho propio, no se quiso quedar con nadie que no supiera sus nombres.

Como corresponde al lado derecho de al foto aparece Delfín Villarroel Acosta, hombre pequeño; de bigotes, a lo archiduque ; y gordo. A su izquierda su mujer, Leontina Cuitiño quien levemente más baja que él, se impone con unos ojos grandes y expresivos.

Las manos son grandes y gruesas (aunque nunca tocaron un ápice de tierra) y sus cuerpos también lo son, lo que me hace pensar que los cristianos se comieron todas las regalías de tener campos de manzanas del porte de San Bernardo.

pero más que otros datos de esta índole por desgracia no se nada de sus personalidades, cuál fue su relacion con su entorno o cuáles eran sus costumbres, murieron jovenes y no compartieron su vejez ni sus recuerdos con nadie.

Pero gracias a su vanidad los pude conocer, cien años después de tomada esta fotografía, los puedo ver y encontrar rasgos y posturas similares. Tomar pequeños datos de antaño y construir mi historia de familia, saber de donde provengo; aunque ya no me quede siquiera un nombre o un apellido en común.

Pero tengo algo mejor, tengo el mismo amor por la familia Villarroel-Cuitiño que tuvieron sus hijos y los hijos de éstos. Y serán inmortales por que mis hijos o descendientes de esta familia los los conoceran.

Y no me siento perdida, me cree una historia de orígen y prefiero seguir aumentándola